En primer lugar, es importante explicar que no debemos confundir la presencia de síntomas obsesivos puntuales con la existencia de un trastorno obsesivo compulsivo como diagnóstico psiquiátrico. También hay que diferenciar entre una personalidad obsesiva y un TOC.
Simplificando, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) se caracteriza por presentar dos tipos de síntomas: Obsesiones y compulsiones.
Las OBSESIONES, son pensamientos estereotipados que se repiten de manera frecuente y casi constante a lo largo del día. Pueden tener diferentes temáticas siendo las más frecuentes las de limpieza, necesidad de orden, etc. Estas obsesiones son reconocidas por el paciente como propias pero son de carácter involuntario e incontrolable, produciendo gran angustia al que las padece.
Por otro lado las COMPULSIONES son acciones o actos que el paciente se siente irremediablemente obligado a realizar. Normalmente son secundarios a obsesiones y el no realizarlos genera intensa angustia y el pensamiento supersticioso de que va a ocurrir “algo terrible”.
Los estudios sobre TOC demuestran que, en más del 80% de los casos los primeros síntomas se observan ya en la infancia. De hecho, se ha demostrado que el 75% de los casos de TOC son de inicio temprano, observando estos primeros síntomas entre los 7 y 11 años. Y sólo un 25% de los casos tienen sus primeras manifestaciones después de los 18 años.
Es importante comentar que en la infancia pueden ser frecuentes este tipo de síntomas, en el contexto del pensamiento mágico del niño y de su aprendizaje constante en la búsqueda de seguridad y gestión natural de las emociones. No obstante, este tipo de obsesiones y compulsiones “no patológicas”, no suelen causar especial angustia, al no ser tan intrusivas, siendo el niño/a capaz de dejarlas de lado y priorizar otros focos de interés. Cuando generan la citada angustia y la conducta del niño se ve limitada y coartada por los síntomas, podríamos empezar a hablar de la presencia de un TOC.
Las causas del TOC no son del todo conocidas pero casi todos los estudios realizados apuntan hacia la existencia de un componente genético o biológico. Se ha observado que los familiares de primer grado de un paciente con TOC, tienen hasta 10 veces más probabilidades de padecerlo.
Existen también otros factores que pueden influir en la génesis del TOC, principalmente factores familiares. Por ejemplo, la crianza en ambientes rígidos, e hiperexigentes, puede influir en el desarrollo de un comportamiento obsesivo y perfeccionista en el niño. Situaciones de maltrato infantil, abuso, aislamiento social o falta de estimulación en los primeros años de vida son también factores importantes de riesgo en la génesis del TOC.
En el caso de los niños, debemos estar atentos a determinados síntomas o tipos característicos. Algunos de ellos serían:
Excesivo orden: meticulosidad a la hora de preparar su material escolar, ordenamiento compulsivo de los juguetes, incapacidad para jugar si los juguetes no se colocan de una determinada manera..
Tendencia a la acumulación de objetos, como lápices, material escolar o juguetes.
Tricotilomanía (arrancamiento de vello)
Rascado compulsivo.
Comportamientos de contenido corporal repetitivos: morderse las uñas, el labio o las mejillas.
Presencia de “celos” excesivos hacia los hermanos, etc…
Es importante una observación estrecha del niño, que suele producirse de manera habitual en el ámbito escolar, que pueda ayudar a detectar precozmente los síntomas. Ante cualquier sospecha, es recomendable acudir a un especialista que realice un examen más completo y pueda corroborar la presencia del TOC. Está demostrado que un abordaje temprano del trastorno previene su progresión sintomática y garantiza un buen funcionamiento en la edad adulta.
Existen numerosas alternativas de tratamiento. Suele ser recomendable principalmente un abordaje familiar que ayude a identificar la dinámica de funcionamiento de la familia y pueda establecer pautas educativas y técnicas conductuales que ayuden a mejorar la sintomatología. En muchos casos, con este tipo de intervención, si se realiza de forma temprana, puede ser suficiente para el manejo del trastorno.
En algunos casos, es necesario realizar un abordaje psicofarmacológico enfocado principalmente a reducir los sintomas para, posteriormente poder realizar el abordaje conductual y familiar.
En todos los casos es imprescindible acudir a un especialista que pueda clarificar el diagnóstico y ayudar a la familia y al niño en el control y tratamiento de los síntomas.